Greenbrier, Virginia, era un condado tranquilo; la gente se dedicaba a actividades como herrería, ganadería y crianza de caballos. Era un lugar lleno de colinas, bosques y muchas oportunidades para trabajar. Sin embargo, los habitantes no se mostraban amables con los extraños.
Erasmus (Edward) Shue llegó al pueblo con ganas de iniciar una nueva vida, nuevas oportunidades y quizá hasta una familia. En aquel entonces se dedicaba a la herrería. Ya establecido conoció a una mujer que llamó su atención de inmediato; se trataba de Elva Zona Heaster.
Ambos se miraban con agrado y comenzaron a frecuentarse cada vez más. La joven tenía un hijo ilegítimo, pero Shue se enamoró por completo de ella, y empezaron a salir aunque su suegra -Mary Jane- no aprobaba la relación.
Corría el año de 1896. La madre de Elva Zona sentía que algo andaba mal con el misterioso enamorado de su hija, pero no tuvo más remedio que dejarla ir. Al parecer el amor que se tenían era tan grande que nada les impedía vivir juntos.
Elva Zona se alejó de su madre, y pronto ella, Shue y el pequeño Andy Jones se convirtieron en una familia. Pero el gusto les duró muy poco. El 23 de enero de 1897 una tragedia azotó su hogar. El pequeño Andy fue a visitar a su madre, después de acompañar a Shue al taller de herrería; supuestamente el hombre lo envió a verla, pero al llegar a la casa encontró un espectáculo dramático.
En el suelo yacía el cuerpo frío de su madre, justo al pie de la escalera, con un brazo extendido y la mirada fija en el techo. Sus ojos sin vida estaban exageradamente abiertos, su expresión de horror era inquietante, como si quisiera pedir ayuda.
El niño, impactado, corrió en busca del doctor Knapp, quien a toda prisa se dirigió a la casa. Al llegar se dieron cuenta de que el cadáver había sido movido. Shue lo acomodó cuidadosamente; lavó el cuerpo y le puso un hermoso vestido de cuello alto, con un velo que le cubría el rostro. El médico trató de revisarlo, pero notó que Shue se portaba demasiado agresivo y sospechoso.
En principio Knapp declaró como causa de muerte un desmayo fatal, que Elva Zona habría sufrido por complicaciones en el embarazo, ya que él la estaba tratando de algunos síntomas propios de su estado. La mamá desconfiaba y comenzó a atar cabos por su cuenta.
Las cosas se complicaron cuando notó que Shue no se despegaba ni un instante de su difunta esposa, y le puso una bufanda que no combinaba con su atuendo. Además pasaba mucho tiempo acomodándole almohadas bajo la cabeza, pues decía que de esa manera descansaría mejor.
Todo parecía sumamente extraño. Ya que enterraron a Elva Zona, Mary Jane se puso más intranquila y no podía dormir. Estaba convencida que su hija no había muerto por las causas que el médico mencionó. Una noche se dedicó a rezar y pidió a Dios que le diera una señal para resolver el misterio. Entonces el fantasma de Elva Zona apareció ante ella:
“Mi marido me asesinó. Un día llegó muy molesto del trabajo porque pensó que no había preparado nada para la cena, se volvió loco y me atacó, me tomó del cuello y no paró hasta que di el último aliento. Aún pueden probarlo. Por eso no dejaba que el médico revisara mi cuello.”
Después de la confesión Elva Zona desapareció. Su madre habló con el fiscal y le contó la visión. John Alfred Preston se mostró incrédulo pero le dio oportunidad de hablar con el médico y de revisar el cuerpo. Shue estaba muy nervioso y se opuso de manera violenta a la inspección, con el pretexto de que estaban cometiendo sacrilegio.
“¡El único que ha pecado aquí eres tú, maldito enfermo! ¡TÚ MATASTE A MI HIJA!”, gritó Mary Jane desesperada. Tras de analizar el cuerpo con detenimiento, el doctor Knapp descubrió terribles marcas en el cuello, la tráquea había sido aplastada con fuerza y dos vértebras estaban completamente destrozadas. La agonía que sufrió tras el ataque de su marido era evidente ahora.
Este ha sido el único caso en la historia de Estados Unidos en que un jurado ha permitido el “testimonio de un fantasma” para condenar a un asesino. Durante el juicio, la madre de Elva Zona fue interrogada y confesó que descubrió la verdad por la aparición del fantasma de su hija. Gracias a ello, a las pruebas forenses y a sus antecedentes de violencia Shue fue condenado a cadena perpetua. Murió en el año 1900, debido a una epidemia de sarampión y neumonía que azotó la prisión donde estaba recluido.
Algunos rumoran que en sus últimos momentos de vida no dejaba de pronunciar el nombre de Elva Zona Heaster, y la frase “¡Déjame morir en paz!”. Falleció después de larga agonía.
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